Trece es el número de Óscares a los que El Curioso Caso de Benjamín Button (The Curious Case of Benjamin Button) fue nominada. Al enterarme decidí verla y dejar en espera otras nominadas como Slumdog Millonaire, El Luchador y Milk. El resultado fue satisfactorio.
Esta película está entre las de un grupo que podríamos denominar ‘realismo mágico’ cinematográfico. La acción tiene lugar en un periodo de tiempo tan largo como el de la vida de una persona, y para indicarnos en qué época estamos se nos muestran momentos memorables de la Historia de manera casi fetichista. Por ejemplo: en un televisor salen Los Beatles cantando, para indicarnos que estamos en los 60’s; al estar en un bote se ve a lo lejos el despegue de un cohete y ya sabemos que estamos en la Guerra Fría, etc. Forrest Gump es el ejemplo por antonomasia de este género, y El Gran Pez y la película que nos ocupa heredan su método. Cabe anotar que este género no es el mismo género épico (o narración histórica) al que podrían pertenecer Gladiador, Cleopatra y El Puente sobre el Río Kwai, pues en aquél no se busca en ningún modo generar nostalgia y en éste sí, y fundamentalmente. Otra característica del género es que aunque se narra una biografía con pretensiones realistas, una rimbombante fantasía lo penetra todo.
El filme comienza en tiempos contemporáneos, en una nívea habitación de hospital. Como en Titanic, el deseo que tiene una anciana de rememorar el pasado da pie a la historia. El personaje epónimo nace, en la película, el día del final de la Gran Guerra. Su apariencia exterior es la de un hombre anciano. Con el paso de los años, irá en un curioso viaje en retroceso por la vida, de la senectud a la juventud. Sin adentrarse en tecnicismos fisiológicos, ni tampoco recurrir a la filosofía, la película nos muestra las partes de los sufrimientos y aventuras que son memorables para el protagonista. Periódicamente volveremos al lugar desde donde la historia es narrada.
Brad Pitt está nominado al Óscar a mejor actor por su actuación protagónica. A mí me convenció, pero no se me hizo magnífica. Sin embargo, no lo puedo condenar. ¿Cómo representar un papel cuando no existen en la vida real casos similares? ¿Qué paralelo puede hacerse? Benjamín, en general, es representado como un hombre sereno y cauteloso (y esto me pareció bastante prudente). Brad Pitt es un actor muy versátil. Ya lo habíamos visto antes en papeles muy agresivos (recuérdese Cerdos y Diamantes, Doce Monos y El Club de la Pelea, esta última también dirigida por Fincher), y ahora hace uno de sus papeles más suaves (tipo Siete Años en el Tíbet o Conoces a Joe Black).
Los otros actores hacen buenos papeles. Se destaca Cate Blanchett, increíblemente grácil, con una belleza delicada y unos ojos claros inolvidables. El vestuario y los decorados son magníficos. El maquillaje y los efecto especiales, principalmente de envejecimiento de Brad Pitt, están sumamente bien logrados. Las nominaciones son justas, en suma.
La película daba para más cuestionamientos filosóficos. ¿Cuál es el sentido de la vida, y el de una vida así? ¿Qué sentía el protagonista al ver la muerte en sus protectores de la infancia? ¿Qué opina del evidente paralelo entre la infancia y la senectud? Estas preguntas nunca se nos son respondidas. Evidentemente, no es la intención del director ni del guionista mostrar lo que él piensa… pero hubiera sido bueno haber hecho algo más profesional, más profundo, y no habernos dejado con gotitas de historia. Si bien este es mi mayor “pero”, también quedé con la impresión de que las últimas escenas que vemos de Benjamín parecen narradas con afán, como si el guionista no supiera muy bien cómo concluir.
El Curioso Caso de Benjamín Button no es una afrenta a la realidad. Si se pone uno a pensarlo, una vida así sería una pesadilla: ¿qué sentido tendría llegar a la juventud con el cansancio de la experiencia? ¿Y qué sentido la vejez sin los recuerdos? Al final, todos somos como Benjamín: la vida, que va en férrea obstinación hacia delante, sólo se puede analizar hacia atrás. 8/10
sábado, 24 de enero de 2009
jueves, 22 de enero de 2009
La Regla del Juego: el espíritu aristocrático (8/10)
Cuanto más se tiene, más se desea. Los que tienen todo, o por lo menos, mucho más que lo que necesitan, los ricos, lo saben bien. La Regla del Juego es un relato, no se entiende muy bien si en broma o en serio, sobre los aristócratas.
La película nos sumerge desde el principio en el barroco mundo de estos curiosos seres. Los miembros de la alta sociedad son como mariposas que se posan ora aquí, ora allá, que vuelan de acuerdo a sus caprichos, que no atienden sino a éstos, y que no conocen el sentido de la palabra trascendencia. La Francia del '39 aún no sabía lo que se vendría en unos cuantos meses, aunque, indudablemente, sí que tenía claro que cosas muy raras y tenebrosas pasaban en su vecino del este. Quizá bajo ese espíritu de horror tácito pero inminente es que los ricos de entonces derrochaban sus fortunas. No había tiempo para la planeación, y solo el presente importaba. Esta actitud se puede ver en otras películas relacionadas con la Segunda Guerra Mundial: en El Hundimiento la vemos en el carácter de Eva Braun; en la horripilante Salò o los 120 Días de Sodoma la vemos en los aristócratas, por citar sólo un par de ejemplos.
Pero, ¿qué es "La Regla del Juego"? ¿De qué se trata y por qué algunos cinéfilos la consideran como una de las mejores películas alguna vez hechas? No es un drama en el estricto sentido de la palabra, porque hay momentos de humor puro y hasta persecuciones con sabor chaplinesco. No es una comedia pura por varias razones, una de ellas que hay escenas que motivan a una inicial controversia, cuando no a una introspección. Tampoco es un romance, aunque el amor (o la malograda idea que los personajes tienen de él) es pieza fundamental del armazón que es la trama. La regla del Juego es todo esto: es un drama-comedia-romance sobre las emociones humanas. ¿Por qué es considerada una de las mejores películas de la Historia? Honestamente, no lo sé. Con respecto al guión y a la puesta en escena, me gustó, pero no me intrigué ni sentí grandes emociones en ningún momento. Cabe anotar que necesité ir anotando los nombres en un cuaderno, pues más que un triángulo, es un polígono amoroso, y todos los personajes principales tienen parte en él.
Esta película tiene un sabor similar que “El Gran Gatsby” o los cuentos de Saki. En efecto, se destaca en ella la precisión para describir a los aristócratas, aunque se percibe también una lenta e interesante evolución en su comportamiento. Inicialmente parecen amarse unos a otros. Al final, ya nada importa: son tan volátiles como una veleta. Que así dicen “te amo” como “¿cómo te llamas?”, y dicen “esto es lo último de mi colección de antigüedades”, como “pásame la sal”. Ni siquiera los miembros de la servidumbre se salvan. Ellos se ponen a la altura de sus amos, dándose un valor aquellos, en cuanto a éstos. Las actuaciones son muy buenas, y algunas (como la de Octave) se destacan entre las demás. Como en Amarcord (aunque no tan “descaradamente”), el protagonista de la historia es la comunidad en sí, no uno en particular.
Al final de la película queda el sabor de que sólo los que luchan por lo que aman, los honestos, terminaran mal; de que la regla del juego de la vida es "dejad hacer, dejad pasar". Mas no es así: para un aristócrata, la vida es un insoportable y solitario sinsentido, un turbulento remolino en el que hay que agarrar desesperadamente lo que se pueda, sin temor a pisotear a quien fuere necesario. Para las almas reposadas (que pueden tener o no mucho dinero), la vida es un suave río en el que, como pacífico cardumen, sufren y gozan. Ya han descubierto el secreto que los aristócratas no saben: es imposible no sufrir y es insufrible no servir.
Un par de notas interesantes: esta película fue presentada en una versión más corta a instancias del mismo director. A finales de los 50s, el resto fue recuperado y la película completa, veinticinco minutos más larga, pudo ser mostrada al público. Por otra parte, el director, Jean Renoir (quien también actúa como Octave), era hijo de Pierre-Auguste Renoir, el famoso pintor impresionista. 8/10
La película nos sumerge desde el principio en el barroco mundo de estos curiosos seres. Los miembros de la alta sociedad son como mariposas que se posan ora aquí, ora allá, que vuelan de acuerdo a sus caprichos, que no atienden sino a éstos, y que no conocen el sentido de la palabra trascendencia. La Francia del '39 aún no sabía lo que se vendría en unos cuantos meses, aunque, indudablemente, sí que tenía claro que cosas muy raras y tenebrosas pasaban en su vecino del este. Quizá bajo ese espíritu de horror tácito pero inminente es que los ricos de entonces derrochaban sus fortunas. No había tiempo para la planeación, y solo el presente importaba. Esta actitud se puede ver en otras películas relacionadas con la Segunda Guerra Mundial: en El Hundimiento la vemos en el carácter de Eva Braun; en la horripilante Salò o los 120 Días de Sodoma la vemos en los aristócratas, por citar sólo un par de ejemplos.
Pero, ¿qué es "La Regla del Juego"? ¿De qué se trata y por qué algunos cinéfilos la consideran como una de las mejores películas alguna vez hechas? No es un drama en el estricto sentido de la palabra, porque hay momentos de humor puro y hasta persecuciones con sabor chaplinesco. No es una comedia pura por varias razones, una de ellas que hay escenas que motivan a una inicial controversia, cuando no a una introspección. Tampoco es un romance, aunque el amor (o la malograda idea que los personajes tienen de él) es pieza fundamental del armazón que es la trama. La regla del Juego es todo esto: es un drama-comedia-romance sobre las emociones humanas. ¿Por qué es considerada una de las mejores películas de la Historia? Honestamente, no lo sé. Con respecto al guión y a la puesta en escena, me gustó, pero no me intrigué ni sentí grandes emociones en ningún momento. Cabe anotar que necesité ir anotando los nombres en un cuaderno, pues más que un triángulo, es un polígono amoroso, y todos los personajes principales tienen parte en él.
Esta película tiene un sabor similar que “El Gran Gatsby” o los cuentos de Saki. En efecto, se destaca en ella la precisión para describir a los aristócratas, aunque se percibe también una lenta e interesante evolución en su comportamiento. Inicialmente parecen amarse unos a otros. Al final, ya nada importa: son tan volátiles como una veleta. Que así dicen “te amo” como “¿cómo te llamas?”, y dicen “esto es lo último de mi colección de antigüedades”, como “pásame la sal”. Ni siquiera los miembros de la servidumbre se salvan. Ellos se ponen a la altura de sus amos, dándose un valor aquellos, en cuanto a éstos. Las actuaciones son muy buenas, y algunas (como la de Octave) se destacan entre las demás. Como en Amarcord (aunque no tan “descaradamente”), el protagonista de la historia es la comunidad en sí, no uno en particular.
Al final de la película queda el sabor de que sólo los que luchan por lo que aman, los honestos, terminaran mal; de que la regla del juego de la vida es "dejad hacer, dejad pasar". Mas no es así: para un aristócrata, la vida es un insoportable y solitario sinsentido, un turbulento remolino en el que hay que agarrar desesperadamente lo que se pueda, sin temor a pisotear a quien fuere necesario. Para las almas reposadas (que pueden tener o no mucho dinero), la vida es un suave río en el que, como pacífico cardumen, sufren y gozan. Ya han descubierto el secreto que los aristócratas no saben: es imposible no sufrir y es insufrible no servir.
Un par de notas interesantes: esta película fue presentada en una versión más corta a instancias del mismo director. A finales de los 50s, el resto fue recuperado y la película completa, veinticinco minutos más larga, pudo ser mostrada al público. Por otra parte, el director, Jean Renoir (quien también actúa como Octave), era hijo de Pierre-Auguste Renoir, el famoso pintor impresionista. 8/10
jueves, 15 de enero de 2009
El Hombre Elefante: ¿Dónde estabas, David Lynch? (9/10)
Miente el que dice que no se fija en lo exterior. Miente, porque los hombres somos unidad, y nuestra apreciación estética no puede obviar partes. Lo interno y lo externo influyen en nuestra percepción, siempre íntegra, de la realidad. El mundo moderno trata de separar las dos cosas, con formularios sin foto ni edad, e instándonos a que nos enfoquemos en "la utilidad"... Como si los seres humanos fuéramos objetos. Pero no, no es posible. El aprecio a lo exterior está inmerso en nuestra alma, en nuestra condición humana.
Es cierto, también, que cada ser humano es bello de por sí, y que lo que al porte le falta lo puede rellenar (y a veces, en sumo grado), la gracia, la virtud, la belleza interior. El Hombre Elefante trata de la historia de una persona supremamente deforme que existió, sí, en la vida real. Su nombre, Joseph Merrick (llamado John Merrick en la película), quedó inseparablemente atado a su enfermedad, el síndrome de Proteus.
Con la actuación de Anthony Hopkins como el Dr. Treves, John Hurt como Merrick y la dirección de David Lynch, la película, que es en blanco y negro, no podía ser mala. En efecto, tiene momentos brillantes, trascendentales, mágicos. Se queda sin embargo, con el sabor de que los personajes no resolvieron sus inquietudes. En otras palabras, sentí uno que otro cabo sueltos. Por ejemplo (y sin dar ninguna pista ni "spoiler"): uno de los asuntos fundamentales de la película es la duda moral que asalta al Dr. Treves. De hecho, se ve plasmada en varios momentos (el encuentro con Bytes y cuando es sorprendido en la noche). Tristemente, la duda no se soluciona. ¿Treves queda satisfecho o no con su comportamiento? Qué linda hubiera sido una resolución.
Qué gusto es poder ver una historia como ésta: directa, clara, sin rememoraciones, sin personajes superfluos, comprensible por todos. Y el director es... ¿David Lynch? ¿El mismo de esos laberintos insoportables como "Cabeza borradora" y "El Camino de los Sueños"? ¿Tuvo en 1980 una efímera lucidez? Eso pareciera. La belleza que no tiene John Merrick sí que la tiene su película. 9/10
Es cierto, también, que cada ser humano es bello de por sí, y que lo que al porte le falta lo puede rellenar (y a veces, en sumo grado), la gracia, la virtud, la belleza interior. El Hombre Elefante trata de la historia de una persona supremamente deforme que existió, sí, en la vida real. Su nombre, Joseph Merrick (llamado John Merrick en la película), quedó inseparablemente atado a su enfermedad, el síndrome de Proteus.
Con la actuación de Anthony Hopkins como el Dr. Treves, John Hurt como Merrick y la dirección de David Lynch, la película, que es en blanco y negro, no podía ser mala. En efecto, tiene momentos brillantes, trascendentales, mágicos. Se queda sin embargo, con el sabor de que los personajes no resolvieron sus inquietudes. En otras palabras, sentí uno que otro cabo sueltos. Por ejemplo (y sin dar ninguna pista ni "spoiler"): uno de los asuntos fundamentales de la película es la duda moral que asalta al Dr. Treves. De hecho, se ve plasmada en varios momentos (el encuentro con Bytes y cuando es sorprendido en la noche). Tristemente, la duda no se soluciona. ¿Treves queda satisfecho o no con su comportamiento? Qué linda hubiera sido una resolución.
Qué gusto es poder ver una historia como ésta: directa, clara, sin rememoraciones, sin personajes superfluos, comprensible por todos. Y el director es... ¿David Lynch? ¿El mismo de esos laberintos insoportables como "Cabeza borradora" y "El Camino de los Sueños"? ¿Tuvo en 1980 una efímera lucidez? Eso pareciera. La belleza que no tiene John Merrick sí que la tiene su película. 9/10
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