La película se me hizo regular. Rob Reiner nos presenta a a dos protagonistas. El primero, Edward Cole, es un Jack Nicholson haciendo el mismo papel que ha venido representando desde hace varios años: un hombre viejo y con traumas. No se nos presenta tan loco como en As Good as it Gets, ni tan desubicado como en About Schmidt, ni tan mujeriego como en Something's Gonna Give, pero es el mismo Jack. En este caso, enfermo de cáncer, es llevado al hospital y puesto al lado de el segundo protagonista, Carter Chambers (Morgan Freeman), Éste será, de alguna manera, el Negro Sabio, el guía en un proceso de liberación (¿recuerdan a Morpheus en The Matrix?). Edward aceptará de Carter lo que parece ser un reto. Edward, quien no cree en la vida virtuosa y relajada, le hará algunas modificaciones. Entonces, el reto será para Carter, quien no sabe lo que le espera.
La película tiene sus momentos. Todo lo que en ella pasa puede ser posible, por lo cual, parece tomada de la vida real. Los personajes están más o menos bien construidos. Para ser una comedia, honestamente uno se ríe poco. El director se esfuerza en hacernos pensar en la vida y rodea a sus personajes de bellas escenas naturales. Pensar en uno mismo y llorar, eso se logra. Pero es, de alguna manera, como un desperdicio de talentos, dado que son Morgan Freeman y Jack Nicholson los protagonistas.
No encontré en abundancia esa majestuosidad interior, esa trascendencia que hubiera hecho de ella algo inolvidable. El director no nos logra convencer de que hay un enlace mágico entre Edward y Carter, aunque los protagonistas lo dicen continuamente. Y el reto que los une a veces parece difuminarse sin tomar forma; sin ser, de veras, un reto. Como en la realidad, que cuando de veras comienzas a luchar contra el león que te has estado imaginando... el león resulta no serlo. Como la realidad, así es esta película.
Mi calificación: 7/10. Buena para un sábado en la tarde con tus abuelos.